El primer día
de clases siempre me pareció el más aterrador; pares de ojos que me miraban
expectantes al ser presentada como la “alumna nueva” es algo a lo que nunca
terminé de acostumbrarme, quizá debí comportarme mejor para evitar que me
expulsaran de cada instituto en el que estuve.
Nunca fui
buena haciendo nuevos amigos, tengo demasiados problemas de autoestima gracias
a que la vida no me dio un lugar propio en este mundo y me acostumbré a
sentirme sola. Sí, también soy un poco “dramática”.
Para no
parecer patética tuve que ponerme la armadura de la “Mal educada” “grosera” “asocial”
“hija del diablo” y debo aceptar que ese último calificativo me provoco risa al
escucharlo y extrañamente me sentí alagada. No podía culparlos por pensar eso
de mí ya que fue lo que les demostré y ellos
nunca se molestaron en intentar comprenderme.
Hasta ayer mi
vida fue un detestable melodrama creado por un déspota que observaba desde
arriba mientras piensa en el próximo obstáculo que va a poner en mi camino,
suponiendo que exista. O talvez fueron simplemente mis malas decisiones, pero
hoy digo; no más.
Es momento de
reinventarme; voy a dejar los años de “rebeldía” y odio por el mundo en el
pasado y voy a dejar de quejarme e intentar encajar, aunque esto signifique
fingir ser alguien que no soy.
No me
juzguen, solo quiero sobrevivir en este mundo y demostrarles a «ellos» que se equivocaban al decir que
jamás lograría nada porque no soy nadie.
Hoy es mi
primer día de clases en la universidad de una ciudad donde nadie me conoce, un
gran punto a mi favor, pero lo más maravilloso es que estoy a kilómetros de ellos.
Logré llegar aquí y voy a sobrevivir. Nada ni nadie va a
interponerse en mi camino.
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