–¡Bloo! –grité mientras caminaba lo más rápido que me lo permitían las muletas.
A medida que me adentraba en el callejón, podía
divisar las bancas esparcidas en el piso, reduje la velocidad de mis pasos y mi
cabeza retumbaba con el sonido del latido de mi propio corazón, temía buscar
más con mi mirada y encontrar a Bloo tirado en el piso sangrando.
Di uno… dos… y tres pasos temerosos hasta que finalmente pude ver a la espalda
de Bloo o mejor dicho su platina cabellera, su mano mantenía estrujado el
suéter de Jimin en la parte del cuello y lo aprisionaba contra la pared.
–…no voy a contenerme y voy a matarte ¡¿Entendido?! –gruñó Bloo.
–¡Tu no vas a decirme a quien puedo acercarme o no! –respondió Jimin
sonriendo cínicamente, pero se podía ver dolor en su expresión.
–Bloo… –lo llamé para advertir mi presencia.
Él regresó su mirada hacia mí con una expresión de sorpresa y Jimin
aprovechó la distracción para empujarlo y al librarse del agarré lanzó un
puñetazo hacia la boca de Bloo.
–¡ah! –grité y caminé hacia Bloo.
–Golpeas como niña –burló Bloo manteniendo sus dedos en la comisura de su
boca.
–¿Si? –cuestionó Jimin–. Pues ese golpe de niña te hizo sangrar.
Bloo retiró los dedos de su boca y los miró, era cierto, estaba sangrando,
pero su sonrisa se mantenía, él y yo sabíamos que ese lado de su boca ya estaba
lastimado, aquel golpe solo abrió la herida.
–Te dije que no tenías de que preocuparte –mencionó Owen al llegar y se
posicionó junto a Bloo–. ¿Terminaste?
–No –respondió Bloo dando un paso hacia Jimin.
–¡Basta! –grité interponiéndome.
–¿Estas defendiendo a este idiota? –cuestionó Bloo con notable indignación.
–No lo estoy defendiendo. Créeme que me gustaría partirle la cara con mis
propias manos, pero no puedo hacerlo porque lo necesito.
–¿Que? –cuestionaron Bloo y Owen con la misma expresión de confusión.
Suspiré sonoramente inflando mis mejillas y rodeé mis ojos.
–Tengo que hacer tarea con él… les explicaré luego, por ahora… váyanse.
–Pero vinimos para llevarte a casa –Owen se cruzó de brazos y me miró con
enojo.
–Tengo que ir a la casa de… él… –musité avergonzada.
–¡¿Qué?! –Bloo me dedico su mirada atemorizante y ceja altiva–. ¿Estás
hablando en serio?
–Les explicaré después... Por favor. ¿Si? –supliqué con la mirada.
–Vaya mierda… –se quejó Bloo mientras pateaba una banca furioso. Me miró
una vez más negando con su cabeza como si estuviera decepcionado de mí y se
fue.
–Owen… –musité.
–Está bien –Owen asintió con la cabeza–. Esperaré a que me expliques
después, pero… ¿crees que sea buena idea ir a la casa de este sujeto? –miró a
Jimin por encima de mi cabeza.
–¿Acaso crees que la voy a violar? –gruñó Jimin–. No soy un delincuente.
Además, tengo gustos más exigentes.
Owen y yo mofamos ante tal comentario.
–No quiero dejarte ir con este sujeto, pero confío en que sabes defenderte
–miró a Jimin–. Ten cuidado con lo que haces ¿Entiendes? –amenazó Owen mientras
chocaba su puño contra la palma de su mano contraria.
–No te preocupes –dije para calmarlo.
–Envíame la ubicación de la casa de este sujeto y te iré a recoger cuando
termines la tarea –extendió su puño hacia mí.
Sonreí y choqué el puño despidiéndome. –De acuerdo.
Owen señaló sus ojos con los dedos índice y medio mientras miraba fijamente
a Jimin, luego lo señaló y manteniendo su expresión de chico rudo se fue, yo
contuve una sonrisa ante tal amenaza de gángster.
Regresé mi mirada hacia Jimin, él limpiaba la comisura de su boca y en su
blanquecina piel resaltaban enrojecimientos; uno sobre el pómulo y otro en la
comisura izquierda de su boca, su perfecto peinado se había desecho, su suéter
estaba desaliñado y sucio.
–¡¿Qué me ves?! –Reclamó él.
–Nada… –rodeé mis ojos y suspiré cansada–. Vamos rápido a tu casa, quiero
acabar ese trabajo tan pronto como sea posible.
–Ten –quitó mi mochila de su espalda y la tiró al piso para luego salir del
callejón.
Gruñí sin ningún reparo y me agaché para recoger mi mochila del piso, me
repuse en las muletas y me encaminé hacia el estacionamiento siguiendo a Jimin,
pero dejando metros de distancia entre nosotros.
Al llegar al auto de Jimin él se dirigió hacia la puerta del conductor y yo
hacia la del copiloto, me enredé con mis muletas y mochila al entrar, él
gruñendo me arrebató las muletas para tirarlas al asiento de atrás y en el acto
golpeó mi cabeza.
–¡Ten cuidado tonto! –reclamé sobando mi cabeza–. Lo hiciste a propósito.
Una ligera sonrisa de burla si dibujó en su boca.
–Claro que no. Ahora ponte tu cinturón y no me hables en todo el camino.
Pues bien, mejor para mi si no tengo que hablarle. Me puse el cinturón y me
crucé de brazos mirando con enfado hacia adelante.
Minutos después mi ceño empezaba a acalambrarse, había mantenido por
demasiado tiempo mi expresión de enojo, me deslicé ligeramente en el asiento
poniéndome más cómoda y reposé mi cabeza hacia atrás.
Mi cabeza cayó hacia adelante y recuperé la conciencia, me había quedado
dormida.
–¿Ya llegamos? –cuestioné lo evidente.
–Si. Baja del auto.
Jimin bajó del auto y le entregó las llaves a un hombre vestido de terno,
me disponía a abrir la puerta de mi lado y dicho hombre se apresuró a ayudarme
amablemente.
–Gracias –sonreí mientras recibía mis muletas y me equilibraba.
–No tiene que agradecer señorita, es mi trabajo. Ahora discúlpeme, tengo
que estacionar el auto del señorito Jimin.
¿Señorito? ¿En serio? No lo podía creer.
Me alejé del auto para que el hombre pudiera estacionar bien el auto que
Jimin había dejado tirado a medio patio.
Al llegar a la entrada principal de la casa, dos sirvientas, una a cada
lado de la puerta me daban la bienvenida con una reverencia, entré en la casa
buscando con mi mirada al cretino... digo, a mi compañero.
–El señorito Jimin ordenó que la dirigiéramos hacia el estudio, acompáñenos
por aquí por favor.
–¿En serio le dicen señorito? –no pude evitar preguntar mientras seguía a
las dos mujeres uniformadas.
Las mujeres evadieron mi pregunta y señalaron con sus manos a la par hacia
la puerta al final de un pasillo, asentí y me dirigí al lugar señalado.
El estudio resultó ser un salón grande con las paredes abarrotadas de
estanterías con libros, sillones muy elegantes formaban una sala a un extremo
del salón y al otro extremo había una mesa larga con sillas que lucían muy
cómodas, caminé hacia la mesa, puse mi mochila en una de las sillas y arrimé
mis muletas para luego sentarme en la silla contigua.
–Bien, empecemos con ese maldito trabajo de matemática –musitó Jimin soltando
un suspiro de cansancio mientras entraba al salón y caminaba hacia mí. Se había
cambiado de ropa.
Tiró su mochila sobre la mesa y sacó de mala gana su libro, jaló la silla
frente a mí y la rodó hasta mi lado para sentarse cerca.
–Empecemos desde el principio –sin reparos inicié mi explicación–. Para
resolver esto debes…
–Aquellos sujetos… –interrumpió él–, ¿pertenecen a alguna… pandilla?
Miré a Jimin con sorpresa debido a su pregunta y segundos más tarde estaba
partiéndome de la risa, lo había preguntado con tanta preocupación y seriedad
que no pude evitar reír.
–No le veo la gracia –gruñó él.
–¿Acaso les tienes miedo?
–Claro que no.
–¿Entonces?
–Solo quiero saber…
–No pertenecen a ninguna pandilla –rodeé mis ojos–, deberías dejar de
juzgar a las personas por como lucen. Y ahora resolvamos esto –señalé el
cuaderno.
–¿Y qué relación tienes con el sujeto de cabello plateado?
–¿Relación? –esbocé una corta mofa–. No es de tu incumbencia.
–¿Es tu novio?
–Dije que no es de tu incumbencia.
–¿Sabes que puedo denunciarlo?
Estrellé mi lápiz contra el cuaderno.
–¿Y porque vas a denunciarlo? –cuestioné molesta.
–Porque me arrastró hasta un callejón desolado para golpearme y amenazarme.
–Tú te lo ganaste por insultarlo en la mañana.
–No. Fue por ti.
–¿Por mí?
–Le contaste lo que pasó en la fiesta… le dijiste que intenté aprovecharme
de ti. ¡Le fuiste con esa exagerada historia a todo el mundo!
–Yo no exageré con mis amigos, les dije exactamente lo que pasó.
–Pues gracias a eso ese delincuente me agredió y me amenazó.
–¿Qué fue lo que te dijo… exactamente?
–Que no me atreva a hacerte algo porque si no iba a matarme. Es suficiente
argumento para demandarlo.
–Deja las demandas de lado y arregla las cosas como un hombre.
–¿A golpes? ¿Te parece que eso es de “hombres”? –levantó su ceja y se cruzó de brazos–. Eso
es de gente con poca educación, recurrir a los golpes en lugar de las palabras.
–¿Y de que te sirve tanta “educación” cuando tus palabras son tan venenosas
Jimin?
–¿Qué?
–Además –esta vez yo levanté mi ceja amenazante– besarme a la fuerza no fue
muy educado.
Él bajó su mirada y asintió lenta y levemente.
–Tienes razón, ese fue mi error.
–Por supuesto.
–Me disculpo por eso –Su mirada honesta se posó en mis ojos.
Tragué saliva, por un momento me sentí muy incómoda con su sinceridad.
–Si como sea… –aclaré mi garganta y volví a tomar el lápiz–. Continuemos
con esto.
–Me alegra haber hablado calmadamente contigo.
–Dije que, si como sea, ya vamos a concentrarnos en la tarea ¿quieres?
–De acuerdo.
Tras la plática, la tensión que había entre Jimin y yo desapareció por
completo y pudimos concentrarnos en la tarea, fue tan complicado enseñarle las
cosas básicas que debió haber aprendido en la secundaria, pero lo logré. Él no
es tan estúpido después de todo.
Horas después mi estómago empezaba a revolverse y doler, no había almorzado
pero lo único que quería era terminar aquella tediosa tarea.
–¿Tienes hambre? –cuestionó él.
–No –mentí sin levantar la mirada del libro–. Terminemos esto.
–Yo tengo hambre y si tengo hambre no puedo pensar.
–¿Solo cuando tienes hambre? –me burlé.
–¿Empiezas de nuevo con la agresión? –el frunció su ceño.
–Está bien, está bien, lo siento –reí.
–¿Te gusta la pizza?
–¿A quién no le gusta?
Él sonrió y se puso de pie. –Entonces pediré una pizza.
–Ok.
Continué concentrada en la tarea mientras Jimin hablaba por teléfono
pidiendo la pizza.
–La pizza estará aquí en veinte minutos –me informó al cortar la llamada.
–Bien.
–Vamos al salón de entretenimiento y esperemos la pizza.
–¿Salón de entretenimiento?
¿Que se supone que es un salón de entretenimiento para estos ricos?
Comentarios
Publicar un comentario